Bárbaros civilizados
Foto original: El Día |
Pareciera que hay una porción de la humanidad que tiende invariablemente a la estupidez. Son sujetos a los que les gusta sentirse superiores a los demás y crean símbolos para eso. Pueden ser objetos, pueden ser actitudes, pueden ser palabras; lo importante no es lo que son sino lo que representan, por eso son símbolos. Tratándose de denominaciones, un grupo de tilingos ha querido diferenciarse de otros vecindarios llamando al suyo “Altos de Gonnet”. Se trata de una zona efectivamente alta –que no se inunda- y donde están las instituciones más preciadas de la localidad: se extiende desde la República de los Niños hasta el club Santa Bárbara, además de La Plata y Universitario, orgullos del rugby local.
Un día, una tormenta breve pero violenta dejó a los Altos de Gonnet sin energía eléctrica. Algunos pocos han sabido combinar astucia, previsión y dinero y se hicieron con grupos electrógenos. Otros, igual pero con menos dinero, tenían luces de emergencia. El resto (¡horror!), velas y linternas, como los pobres. Sin embargo, no es reprochable esa falta de artículos si, en definitiva, no estaban viviendo en Villa Elvira, ni en Arturo Seguí, ni en Los Hornos ni en ningún lado de esos donde la gente está acostumbrada a que se les corte la luz cada dos por tres, se inunden y –paradójicamente- se queden sin agua.
Cuando todo queda en silencio y penumbras, la primera reacción es optimista: “enseguida vuelve”.
Las horas pasan, no vuelve nada y empieza a cundir el nerviosismo: se encienden los grupos electrógenos y las luces de emergencia.
Al otro día, no hay agua corriente pues no hay electricidad que haga funcionar las bombas. Con el transcurso del tiempo, los resabios de energía comienzan a agotarse junto con el espantoso descubrimiento de que la electricidad no sólo es para alumbrar: empiezan a quedarse sin batería las notebooks, las tablet, los celulares.
Los habitantes de los Altos de Gonnet empiezan a parecerse cada vez más a una tribu aislada en el corazón de un bosque o en la cima de una montaña. Quieren abastecerse pero los comercios están cerrados. Casi fuera de sí, alguien golpea inútilmente una persiana baja. Las patrullas municipales se apostaron en los accesos al barrio para controlar que aquellos que pueden desplazarse en sus autos con stéreo y aire acondicionado no se maten entre sí o no maten a algún transeúnte porque, claro, los semáforos tampoco funcionan. Encima, la tormenta fue breve y casi no dejó muertos, así que tampoco hay interés desde los medios de comunicación.
Sí, Altos de Gonnet es un barrio aislado, sin electricidad, sin más agua que la que queda en los tanques, casi incomunicado con la civilización. Porque allá, donde hay luz, es la civilización; acá, en la tribu, nos vamos convirtiendo en la barbarie.
Algo se ha escrito sobre cómo cuando el hombre pierde el confort “vuelve” a la barbarie, como si ésta fuera un estado cronológicamente anterior a la civilización. Lo cierto es que más allá del comfort, llamadas “grandes civilizaciones” han cometido actos bárbaros.
Los aztecas construyeron esas pirámides imponentes y cada tanto hacían sacrificios humanos. A la vez, o un siglo más tarde, Inglaterra daba a Shakespearse mientras que la corona financiaba las campañas de piratas cuyo principal objetivo era el saqueo, acompañado de violaciones y asesinatos gratuitos. Otro siglo después, Francia da a Voltaire, Rousseau y Montesquieu y en sus nombres rodaron varias cabezas. Salto de cincuenta años: Alemania da a un Niezchte que inspiraría a Hitler.
No hay, entonces, relación entre “avance” en la civilización (eso incluye el comfort) y un desmedro de la barbarie.
Los vecinos de los Altos de Gonnet de pronto ven (no entienden ni comprenden: ven) que las tablet y smartphones no los sacaron de la barbarie. Aunque tapada, la barbarie siempre estuvo ahí y ellos siempre fueron bárbaros.
Bárbaros civilizados.
(Diciembre 2013)