La ciudad de los pasajeros eternos
Crónica Nacida como el lujoso lugar de veraneo de las elites, a fines de los ’40 se volvió un reducto de las clases populares hasta convertirse en la capital del hotel sindical, para espanto de los adinerados que migraron a la zona sur de la ciudad o, directamente, a otras playas (Villa Gesell, Pinamar). Hoy, no es la versión costa atlántica de las Vegas pero tampoco debe distar tanto. Allí todo es excesivo, todo te salta encima: los carteles de neón, las vidrieras atiborradas de productos. No importa qué: lo importante es vender. Lo que sea. Al precio que sea. Por eso abundan los locales de tres películas por cien pesos al lado de comercios de gorros; anteojos de sol y de lectura; remeras y tazas y mates y platos con leyendas alusivas a la ciudad. Por eso en las calles del centro se paran, como árboles de carne y hueso que se inclinan con el viento, volanteras desanimadas. Los locales que levantan (aunque sea apenas) el vuelo de la truchada no son menos estridentes. Alguien lo c