Los días de las bestias
Crónica Un día de caluroso, alrededor de las 11 de la mañana, sonó el timbre de mi departamento. Yo vivía cerca de Corrientes y Juan B. Justo, en el barrio de Villa Crespo. Cuando pregunté por el portero eléctrico, una voz desesperada, casi ahogada en llanto me interpelaba: “yo vivo acá, en la calle, me quemaron todo, ¿tiene algo de ropa para dar? ¿Una remera? ¿zapatillas?”. Atorado, le dije que sí, que me dejara buscar. En esos segundos, mientras revolvía el ropero, las ideas se me agolpaban una tras otra como olas de un mar embravecido. El relato cerraba. En la otra cuadra había un terreno baldío, en un incierto estado entre el abandono y la obra en construcción donde yo sabía –todos sabíamos- que paraban indigentes. Cartoneros. Linyeras. Gente invisible. Gente de esa que hace que uno -ciudadano de bien, habitante de una vivienda con inodoro, abrigado en invierno, comedor todo el año de cuatro comidas-, al verlos ahí tirados, a veces con un vino en cartón, se cruce de vereda. Baj