A propósito del Día del Maestro



Hoy, The Wall (1982) puede resultar una película lenta, más aún para un centennial acostumbrado a una estética ya post videoclip, con la atención dispersa, y habituado a hacer cualquier cosa con el celular en la mano. Pero la escena de la rebelión en las aulas, con la música de Another Brick in the Wall parte 2 sigue y seguirá siendo cautivante. Primero, la metáfora de la picadora de carne y luego, los chicos y chicas destrozando la escuela hasta las llamas. Ser alumno significaba ser adoctrinado, ser maleado y formado para encajar en la sociedad (el profesor se burla del niño Pink y lo humilla delante de toda la clase cuando descubre sus poemas), para ser un engranaje de la maquinaria, para ser otro ladrillo en la pared. Lo mismo se encuentra en Rock n'roll High School, de 1979, otro film pero mucho más descontracturado y en tono de comedia que apenas se recuerda gracias al soundtrack de los Ramones (I don’t care about history… rock rock rock n’roll high school cantaba Joey).
La escuela es, en palabras de Louis Althusser, un aparato ideológico de estado es decir, un dispositivo mediante el cual el estado reproduce un orden social determinado (y determinante puede agregarse si se piensa en términos de Bourdieu). Así es en Inglaterra, en Francia, en Estados Unidos y seguramente en todo eso que llaman el primer mundo. ¿Pero qué pasa en el tercer mundo? ¿Qué pasa en Argentina? ¿La escuela funciona también como aparato ideológico de estado? Sí, sin dudas, pero es un aparato imperfecto (¿Cómo todo en Latinoamérica?) porque contiene o puede contener el germen de la desviación de su objetivo final. La escuela podría no reproducir el orden social determinado sino que podría discutirlo, cuestionarlo. Ese es un tipo de educación que fomenta el pensamiento crítico. Y que muchas veces se hace evidente por la contradicción entre ciertos postulados teóricos y las condiciones materiales objetivas. Enseñar instrucción cívica en edificios que se caen a pedazos, con sueldos de miseria y hasta arriesgando la propia vida (desde Carlos Fuentealba hasta Sandra y Rubén, de Moreno), en algún momento hace ruido en la cabeza de alumnos y alumnas. O yendo a algo más general, se hace cuesta arriba dar contenidos curriculares a pibes que van a pasar el tiempo en el aula con el solo anhelo de que llegue la hora del almuerzo o la merienda.
Los brotes punki de aquí, desde Hay una Bomba en el Colegio de A77aque hasta Anarquía en la Escuela, de Flema, responden a una rebeldía propia del movimiento más que a un cuestionamiento profundo del sistema. Habrá otras canciones de nuestro rock para ello si es que alguien cree que para eso debe estar el rock.

Instituir el Día del Maestro en honor a Domingo Faustino Sarmiento es un acto justo, por más que más se lo recuerde últimamente –también con justicia- por haber exhortado a no ahorrar sangre de indios ni de gauchos. Debe entendérselo en contexto, él quería que la Arjentina fuera como Estados Unidos; por más que desde la visión nac & pop de la posmodernidad entusiasme fantasear con algo más parecido al Paraguay de Solano López. En su afán de unificar el país no sólo políticamente sino mediante la fabricación de un acervo cultural común, emitió una circular prohibiéndole a las maestras que dicten clases en un idioma que no fuera el español. Esto respondía directamente a que en el litoral el guaraní todavía era una lengua muy extendida. ¿Por qué las maestras y muchos colegios eran “normales”? Porque dictaban las normas. De eso se trató la educación sarmientina, de “normalizar”. En audio se llama “normalizar” a dejar todas las frecuencias en un rango determinado: nada por debajo de tantos decibeles, nada por arriba de tantos decibeles. Aquí fue lo mismo: crear ciudadanía, sujetos que se encuadren en la norma, maleados y formados para encajar en la sociedad, para ser un engranaje de la maquinaria, para ser otro ladrillo en la pared.
Tendrían que pasar 50 años para que haya otro hecho revolucionario en la educación: la reforma universitaria de 1918 y unas décadas más para la gratuidad de la enseñanza superior de la mano del peronismo. La educación pública y la gratuidad universitaria crearon, desde el aspecto económico, clase media, un hito en una América de desigualdades. Pero desde el aspecto académico, crearon intelectuales, militantes con una formación inusual (no eran los campesinos analfabetos que cargaron fusiles en otros procesos revolucionarios) y, en general, una juventud con inquietudes, capaz de cuestionar, de criticar.
Tal vez sea por eso que los maestros y maestras vienen siendo sistemáticamente castigados desde el arribo del neoliberalismo. Durante los ’90, con sueldos congelados y las leyes federal de educación y de educación superior. Durante el macrismo, con el desfinanciamiento en infraestructura y el vaciamiento de aulas hasta el extremo de cerrar escuelas.
Finalmente, en esta parte del mundo, en este momento de la historia, la educación se convirtió en una herramienta para la liberación. Terminó siendo no un aparato reproductor del sistema sino su principal amenaza.

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