Cushing
A mí me decían Cushing y yo pensaba en este tipo. Me pasé toda la vida llamándolo Peter “Cashing” hasta que vi The Crimson Peak, donde la protagonista se llamaba Edith Cushing y se pronunciaba así, con U. Al buen Peter lo recuerdo, antes que nada, como el profesor Van Helsing en las películas donde Cristopher Lee hacía de Dracula, las de la Hammer. Fundamentalmente lo tengo en la que para mí es una joya, Los Ritos Satánicos del Conde Dracula. Fíjense qué loco, a Cushing lo veríamos años después en Star Wars (la primera, la del ’77, que luego pasó a ser el episodio IV) interpretando a Grand Moff Tarkin y Lee sería el Conde Dooku en los episodios II y III. También estuvo en The Vampire Lovers, una adaptación media explotation del clásico de Joseph Sheridan Le Fanu, Carmilla, nuestra señora de los vampiros, con la hermosa Ingrid Pitt en el protagónico. Estuvo en el papel de Sherlock Holmes en la primera película a color del detective (El sabueso de los Baskerville) y siguió con el personaje en un serial de 16 episodios para la BBC. Supe hace poco que fue uno de los doctores en dos películas de Doctor Who de los ’60 (Dr. Who and the Daleks y Daleks' Invasion Earth 2150 A.D.). Eso me gustaría verlo.
Pero en el año 2014, Cushing pasó a ser otra cosa para mí.
Los médicos llaman “enfermedad de Cushing” (seguramente en honor al que la descubrió) al exceso de cortisol, la hormona que regula la fuerza de los músculos, la distribución de la grasa en el cuerpo, la absorción de calcio en los huesos, la eliminación del sodio y otras cuantas cosas. Por eso, el que padece Cushing tiene la cara y el vientre bien redondos, se le forma una joroba, tiene una gran debilidad, es hipertenso y sufre fracturas espontáneas. Una fractura o aplastamiento de las vértebras puede llegar a ser algo muy doloroso.
A los endocrinólogos les encanta el Cushing porque es una enfermedad muy poco frecuente, apenas 3 o 4 casos por cada millón de personas. ¿Por qué se produce? Porque las suprarrenales producen cortisol de más. Eso puede ser porque se le canta (supongamos que tiene un tumor) o porque le mandan la orden de arriba. “Arriba” es la glándula pituitaria o hipófisis; “la orden” es una hormona que se llama adrenocorticotrofina pero que, con buen tino, han apodado ACTH. Si la ACTH está zarpada, entonces el problema está en la hipófisis, no en las suprarrenales y lo más seguro es que se trate de un microadenoma. Un tumorcito del tamaño de una cabeza de alfiler. La glándula es chica (se ubica casi colgando del cerebro, en el medio del cráneo), imagínense el tumor.
Lo bueno es que el enfermo de Cushing socializa mucho. Ha visto: traumatólogo, osteópata, acupunturista, fisioterapeuta, RPGistas, neurólogos (2), kinesiólogo, nutricionista, clínicos (3), dermatólogos (2), cardiólogos (2), oftalmólogo, profesores de educación física, radiólogos, profesores de natación y, por supuesto, endocrinólogos. Decenas de endocrinólogos apelotonados alrededor del paciente dieciendo “ohhhh” y “¿ahora puedo yo? ¿puedo yo?”. También vive experiencias nuevas: análisis de sangre y orina con muestras recogidas de las formas más excéntricas, radiografías, fondo de ojo, ecodoppler, electromiograma, electrocardiograma, espirometría, densitometría ósea, tomografía computada, resonancia magnética en resonadores de 1,5 y 3 tesla (en Vicente López a las 2 de la mañana) y, si todo falla, un cateterismo de los senos petrosos. ¿Un qué? Un cateterismo que entra por la ingle y recorre las venas hasta llegar al medio del cráneo. También se le dan bien las drogas, a ver si abre las puertas de la percepción: losartán potásico, carvedilol, diazepam, ácido acetil salicílico + povidona, diclofenac potásico (con y sin pridinol), ibuprofeno, hidrocloratiazida, amlodipina, sulfadiazina de plata, citrato de calcio, ketoconazol, dexametasona, gentamicina, hidrocortisona, vitamina D3, ibandronato sódico.
Yo padezco enfermedad de Cushing. Es un Cushing primario, es decir, que se genera en la hipófisis.
Buen momento para recordar a Leopoldo Marechal: “-Ríase –le dijo-. Pero créame que una variación en la glándula hipófisis de Jesucristo hubiera cambiado totalmente la historia del mundo”.
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