Miedo a lo desconocido


“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más intenso y antiguo de los miedos es el miedo a lo desconocido” 

H.P. Lovecraft

 


Nosotros, que somos cuerpo-sociedad, que somos un punto en una trama que nos excede, que no podemos comprender y de la que no podemos escapar jamás, vivimos acostumbrados a las certezas. Porque hasta era cierto saber que la noche de mañana podíamos no tener un plato de comida en la mesa y hasta era cierto que el mes próximo podíamos perder el empleo (no el trabajo, el trabajo es otra cosa y en eso siempre estamos).

Lo que nos pasó desde marzo (desde antes en otras partes del mundo) fue una nueva incertidumbre. Una incertidumbre arrolladora con el efecto que Lovecraft anunciara oportunamente allá por la mañana del siglo XX. Sentir miedo es una situación en extremo desagradable, se sabe. Entonces, como el movimiento reflejo que lleva a poner las manos por delante al caer de bruces, aparecieron las reacciones. Por un lado, las explicaciones: surgió cuando unos chinos comieron murciélagos, es un arma bacteriológica que se escapó de un laboratorio (o que soltaron adrede), es una forma de control poblacional, es una conspiración de Bill Gates y/o George Soros. Luego, las predicciones: van a inocularnos chips de rastreo, nos vacunarán con fetos abortados, el neoliberalismo caerá por su propio peso y viviremos en una utopía de socialismo eco friendly. Todas respuestas inconsistentes o conjeturas para tratar de tapar el pavor de no saber. Mejor inventar o agarrarse de fuentes escandalosamente des-confiables antes que pronunciar las dos palabras malditas: no sé.

A la vez, la dimensión doméstica: mirá Netflix, liberamos contenido de PornHub, hacé pan con masa madre, claves para no ganar peso en la cuarentena, tené sexo virtual, hacé, aturdite, pero fundamentalmente, no te aburras.

Porque si te aburrís, corrés el riesgo de enfrentarte a vos mismx. Lo que todo el bombardeo mediático parece querer es que evites a toda costa la introspección ¿Por qué? ¿Por qué no pensar? ¿Por qué no reflexionar sobre la propia condición? Porque somos un abismo. Porque mirar a nuestro interior es encontrar cosas que enterramos, creíamos que para siempre. Elegimos huir antes que enfrentar eso que se fue sedimentando en nuestro interior hasta convertirse en una oscuridad pesada, caliente y palpable, agobiante. “Pensar produce angustia” decía José Pablo Feinmann. Y yo agrego, citando a Lovecraft: produce el miedo intenso y antiguo a lo desconocido. Pero es una angustia necesaria porque, a fin de cuentas, ¿cuánto podemos decir que nos conocemos? Que nos conocemos en serio, sin fanfarronería. A eso nos expuso la pandemia, a la posibilidad de enfrentar y superar nuestros peores miedos: los que tenemos dentro.

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