El Brujo

de Matías Bragagnolo
Reseña


La segunda novela de Matías Bragagnolo (luego de la impactante Petite Morte) trata de lo que pasa en el interior de una cárcel de máxima seguridad emplazada en un inhóspito punto de la cordillera de Los Andes, en una Argentina distópica de un futuro no muy lejano. Buena parte de la obra está escrita a modo de informe: la historia del penal, de sus personajes y de cómo ingresó la cocaína. Recién cuando todo esto está expuesto y tras una situación de crisis, aparece el brujo del título. Y hace sus brujerías. El contexto de encierro contribuye a crear un clima de olla a presión que el siniestro director deberá manejar para que no estalle, mayormente recurriendo a actividades y métodos non sanctos.

Todo en el libro de Bragagnolo está hiperbolizado: todos los políticos son extremadamente corruptos; todos los personajes son depravados y sus depravaciones, extremas; todas las descripciones son detalladas en el terreno del gore. Por supuesto, no falta la sangre (ni prácticamente ningún otro fluido corporal) como no faltan las escenas de violencia explícita, las mutilaciones, las violaciones y demás ultrajes a los cuerpos. Algún semiólogo aburrido podría hacer su estudio sobre “los cuerpos en la novela El Brujo, de Matías Bragagnolo” y llenaría páginas con su análisis.
El autor muestra un uso concienzudo del lenguaje y maneja las distintas jergas (médica, delincuencial, esotérica) de modo que contribuyan a una narración más verosímil. Además, es una escritura completamente visual, hay poco y nada de exploración introspectiva de los personajes y sí muchas imágenes descriptas con tanta minuciosidad como austeridad, es decir, sin sobreabundancia de palabras logra formar perfectamente las escenas en la cabeza del lector o lectora.

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