Bomarzo

De Manuel Mujica Láinez
Reseña

Manuel Mujica Láinez quedó deslumbrado cuando visitó los jardines del castillo de Bomarzo, allá por 1958. Tanto, que a partir de ahí hizo una de las novelas monumentales de la literatura argentina. Manucho se pone en la piel de Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo, vástago contrahecho de una noble familia italiana que, en pleno siglo XIV, ve declinar el medioevo y surgir al renacimiento. Conjetura, especulación pero, sobre todo, la impecable conjunción de imaginación y rigor histórico transportan al lector a esa Italia bullente, a las crueldades familiares, a las humillaciones y las venganzas que perpetra un orgullo herido, a las alianzas palaciegas, a los juegos políticos y de poder desde y alrededor del Vaticano.
Pier Franceso, apodado Vicino, es el menor de los hijos de Corrado Orsini y descendiente de una estirpe que se remonta a la antigua Roma. Pero ese origen noble se opaca desde su propio nacimiento, ya que tiene una joroba que lo hace víctima de burlas y maltratos por parte de su padre y sus hermanos y crece cobijado por su abuela. Sin embargo, un horóscopo lo revela inmortal y eso también forjaría su personalidad. Así, entre inseguridades y sentimientos irrefrenables, entre ambiciones y oscuras motivaciones, Vicino alcanzará el ducado y será su obsesión dejar una huella en la historia. Logicamente, si no hubiera tenido éxito, Mujica Láinez nunca habría llegado a él. Parte de sus actitudes, parte de los acontecimientos que lo rodean, hacen a un personaje complejo, lleno de matices, tal vez uno de los más logrados de la producción literaria vernácula. Mujica Láinez lo construye desde el misterio; de alguna manera llena con imaginación lo que la historia no ha documentado fehacientemente. Incluso da por sentado que el Retrato de un Gentilhombre, de Lorenzo Lotto, representa efectivamente a Pier Francesco Orsini.
El orgullo, el sexo, la guerra, lo esotérico, acontecimientos clave de la historia europea, todo cabe en esta novela magnánima que, no en vano, se ha transformado en un clásico imprescindible.



El ejemplar que llegó a mis manos estaba muy deteriorado. Cuando quise saber por qué, resultó ser porque habría sido el objeto contundente más a mano que encontró una joven para defenderse de un novio que hoy llamaríamos “tóxico”, es decir, celoso, posesivo, gustoso de humillar. Ella, de carácter indómito, terminó una discusión arrojándole el libro por la cabeza, destartalándolo. La relación también terminó, por supuesto. Eso fue hace más de cuarenta años. El libro quedó a salvo y podrá perdurar al menos una generación más pero vale la pena que no se pierda la historia de sus cicatrices.

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